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El día que fui consciente de las veces que me convertí en Alcibíades admirando Sócrates postmodernos

  • Foto del escritor: Carolina Ageitos
    Carolina Ageitos
  • 2 ene 2022
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 12 ene 2022

La relación entre Sócrates y Alcibíades ha sido objeto de debate acerca de la complejidad de los vínculos amorosos. El Banquete de Platón ( 385-370 a.C. ) es la fuente más importante sobre la tortuosa relación del vetusto y sabio maestro con el joven ateniense, radiante en belleza e inteligencia.


En este artículo analizaré desde mi propia experiencia cómo la sapiosexualidad y el fenómeno del amor platónico -definido originalmente por Platón- han acompañado mi personalidad en relación a mis vínculos amorosos con hombres.


Allá por 2018, a mis 20 años, viví mi primera ruptura amorosa tras dos años de relación con un chico que me llevaba 11 años de diferencia. Empecé a salir con él con la mayoría de edad recién cumplida, aunque debo confesar que nuestro primer beso fue con 17 años -teniendo él 29-. Poco después, comencé a salir con un hombre que me llevaba, nada más y nada menos, que 20 años de diferencia.


Ahora mismo os preguntaréis, ¿por qué introduzco esta vivencia si el artículo iba a ser sobre dos personajes de la antigüedad? La razón es que, para que comprendáis mi simpatía hacia la figura de Alcibíades, es importante resaltar mi constante atracción hacia hombres mayores -y tan mayores!!-. Más altos, más bajos, más serios, más sonrientes, más feos y más guapos. Ha sido, y es, un hecho.


Considero innecesario hacer una presentación de Sócrates, pues todx lectorx sabe de primera mano que ha sido uno de los más grandes filósofos de la historia. Según la tradición, el pensador era realmente feo: ojos saltones, nariz ancha, viejuno, calvicie predominante, bajito y de barriga cervecera. ¿Cómo un hombre tan sabio y grandioso como él podía tener una apariencia tan poco agraciada?


Sin embargo, todo ello no impidió que el joven Alcibíades cayese rendido ante los ''encantos'' del filósofo. Ambos eran como el agua y el aceite, dos polos físicamente opuestos que únicamente compartían una inteligencia extraordinaria.


Su relación comenzó en un primer contacto de admiración mutua. Alcibíades era un reconocido joven estadista ateniense, con una habilidad oratoria impresionante y cuyas estrategias militares resultaban en grandes planes maestros. No ''contento'' con eso, físicamente era una auténtica belleza, por lo que en ocasiones pecaba de excesiva seguridad en sí mismo, demandando constantemente atención externa. Ambicioso, perfeccionista y autoexigente, para el imberbe nada era suficiente.


Todo lo que este joven representaba encajaba a la perfección con los requisitos que Sócrates buscaba inconscientemente en su círculo social e intelectual.


El continuo contacto entre ambos desarrolló un vínculo cada vez más intenso, sobre todo para Alcibíades, quien estaba viviendo un proceso de ''enamoramiento platónico sapiosexual'' hacia el pensador. Ciego por la extraordinaria sabiduría del viejo Sócrates, el joven estadista comenzó a sentir una atracción que ignoraba toda la fealdad externa que le caracterizaba.


Confesiones amorosas de Alcibíades, si viviera en tiempos de Whatsapp.

¿El problema? Sócrates admiraba profundamente al joven, veía en él un universo interior muy especial y sobre todo, un gran potencial, pero siempre se mantuvo distante en el plano sexo-afectivo. El filósofo no sentía ese deseo carnal que sí carcomía por dentro a Alcibíades.


Éste se encontraba en tal estado de embriaguez emocional que no dejó de insistir en exponer su interés. No había nada que deseara con tanta fuerza como converger la relación en una experiencia mucho más íntima.


Una noche, estando los dos solos compartiendo anécdotas y secretos, Alcibíades intentó saciar sus fervientes deseos mostrándose sin tapujos, pero su flirteo no surtió efecto alguno:




"Quedé solo, amigos míos, con Sócrates, y esperaba siempre que tocara uno de aquellos puntos, que inspira a los amantes la pasión, cuando se encuentran sin testigos con el objeto amado, y en ello me lisonjeaba y tenía el placer de la expectativa. Sin darle tiempo para añadir una palabra, me levanté (…) me ingerí debajo del gastado capote de este hombre, y abrazado a tan divino y maravilloso personaje pasé junto a él la noche entera (…) permaneció insensible, y no ha tenido más que desdén y desprecio para mi hermosura y no ha hecho más que insultarla (...) se desvanecieron por entero todas mis esperanzas. Sócrates estuvo todo el día conversando conmigo en la forma que acostumbraba y después se retiró.


Por una parte, me consideraba despreciado, por otra, admiraba su carácter, su templanza, su fuerza de alma. Me parecía imposible encontrar un hombre que fuese igual a él en sabiduría (…) Me tenía sometido a él más que un esclavo puede estarlo a su dueño."

Sócrates, consciente de las intenciones de Alcibíades, mantenía una distancia pero la profunda admiración que sentía por él le impedía cortar de raíz la relación existente. Eso provocaba en Alcibíades un apego emocional ansioso, si además tenemos en cuenta que el filósofo respondía a sus acercamientos con una actitud contradictoria: un 'ni contigo ni sin ti' en toda regla.


Es en la propia lectura de El Banquete donde Platón define su visión filosófica del amor: una admiración mutua entre dos personas en la que confluye la virtud, en contraposición con la definición popular que establece el amor platónico como un amor imposible, idealizado o no correspondido.

Para Platón, el amor debe ser pasión por la inteligencia y la belleza del alma, un sentimiento desprovisto de la influencia de las cualidades físicas, pues las considera efímeras y falsas. El interior, la mente y el corazón como todo aquello que permanece impasible ante el devenir del tiempo. Amar de la forma más pura, desde la química inexplicable, mucho más allá que una simple atracción: entregarse totalmente al espíritu y a la esencia de una persona.


¿Y qué tiene que ver Carolina con todo lo mencionado anteriormente?


Hay algo curioso en todo esto, y es que, si ya de por sí la definición original de amor platónico lo determina como un sentimiento grandioso y de dimensiones infinitas, ¿qué sucede si a eso le sumamos una primera y leve atracción física, intensificada por la propia sapiosexualidad implícita en el proceso de conocerse?


Las conexiones sexo-afectivas más intensas que he vivido a lo largo de mis 24 años han sido con hombres de mentes brillantes, cuyas miradas resplandecían al hablar sobre los misterios de la vida, del arte y de su propia visión del mundo. La sabiduría de la experiencia, la inteligencia genuina, convirtieron una dentadura ligeramente torcida en la dentadura más perfecta que he visto en mi vida.


Es importante considerar la definición establecida por Platón como utópica en esencia, pues todo ser humano tiene ciertos gustos físicos particulares. Inconscientemente, el patrón de belleza canónica establecido socialmente en cada época histórica ha influido e influye en nuestra psique, y por ende, en nuestra concepción estética.


Pero, ¿qué hay más bello que encontrar una mente que potencie aún más esa tímida atracción previa? ¿Qué hay más intenso que sentir que ese hombre que has conocido es, solo para ti, el más atractivo del mundo por todo aquello que te hace pensar, sentir, experimentar... y no sabes explicar el por qué? ¿Qué hay más puro que encontrar un universo infinito en las particularidades físicas y mentales del otro?


Ese instante en el que piensas: ''Si me diesen a elegir entre él o Brad Pitt -representación del canon de belleza por antonomasia-, ¡mandaría a Pitt a la mierda!''


No suelo estar de acuerdo con definirme bajo ''etiquetas'', pero sin duda soy y seré una persona sapiosexual. Por ello, siempre me he sentido un poco Alcibíades: mi atracción por la experiencia, la inteligencia y la personalidad de un hombre incluye, en la gran mayoría de ocasiones, una notable diferencia de dígitos en el carnet de identidad.




Y para qué mentir... La sensualidad, desparpajo y libertad de Lolita de Nabokov ha hecho mucha mella en mí -para bien... o para mal-.





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