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Si Bauman hubiese vivido en tiempos de Tinder, Bumble y Badoo: apps de citas y amor líquido

  • Foto del escritor: Carolina Ageitos
    Carolina Ageitos
  • 26 dic 2021
  • 5 Min. de lectura

En el año 2000, la teoría de la 'Modernidad líquida' defendida por el filósofo Zygmunt Bauman fue publicada por primera vez; un concepto que define la sociedad actual bajo los preceptos del cambio constante, el consumo inmediato y lo frenético. Y eso que en aquel momento, Tinder no existía. Sin embargo, Bauman ya estableció un nexo entre sexualidad y consumo; vivir en una sociedad capitalista afecta inevitablemente a nuestra concepción de las relaciones sexo-afectivas.

Escena de la película 'La Maman et la Putain' (1973). Dir. Jean Eustache.

Es curiosa la cantidad de veces que, durante largas conversaciones con amigas, coincidimos en nuestra mala praxis con las aplicaciones de citas. Todas hemos pasado por ese proceso de instalar Tinder, Bumble o cualquier app similar en el smartphone con la idea de 'dar una oportunidad' a nuestro presente incierto para jugar nuestras cartas y encontrar a alguien interesante en la zona, con el que, como mínimo, poder iniciar un vínculo interesante; la realidad es que, independientemente de las circunstancias, terminamos desinstalándonoslo, volviendo a instalarlo al poco tiempo.. para terminar borrándolo de nuevo. Y así, en bucle, castigando y alimentando de halagos ultraprocesados a nuestro ego anoréxico con una 'colección exclusiva' de hombres digitales.


El manual de uso de Tinder y similares es el siguiente: una vez tienes toda tu información actualizada, tus mejores fotos, la mejor descripción personal, abres el catálogo humano. Sí, catálogo humano. Intentas dejarte llevar por lo que te transmiten los perfiles, pero inevitablemente lo único en lo que basas tu elección es en una bonita sonrisa, una buena barba, unos gustos musicales similares y la apariencia de empotrador sensible que tanto te gusta... Porque, siendo sinceras, ¿qué puedes encontrar en un catálogo? Productos. ¿Por qué prefieres una lámpara dorada para tu salón en vez de una de color marrón? Porque combina mejor con tus muebles, tiene un diseño espectacular y siempre te ha gustado el dorado. Ya, pero... ¿Y si la marrón, siendo más austera, aporta un toque mucho más elegante, y además, es de mejor calidad?


No cabe duda que las aplicaciones de citas son el fiel reflejo de la inmediatez y el frenetismo que caracteriza nuestra sociedad actual. De hecho, recuerdo la primera vez que un familiar vio el icono de la aplicación en el menú de mi Iphone y se escandalizó porque '¡Cómo podía estar Carolina en una aplicación diseñada única y exclusivamente para follar!'. No era la primera vez que escuchaba esa frase, de ahí que me haya planteado seriamente que no encajo en este nueva red sexo-afectiva, pues el procedimiento más común es quedar en casa de un match, follar y 'adiós, muy buenas', algo impensable para mí. No juzgo a quien actúe de esta manera, pero sólo de imaginarme en esa situación, siento una incomodidad tremendamente molesta -sin olvidar el riesgo que conlleva ir a un lugar privado con un completo desconocido-. Aunque parezca difícil de creer, el 'calentón' mal gestionado provoca un exceso de confianza inconsciente y, por ende, la exposición a situaciones de gravedad.


Desde la primera vez que usé Tinder, allá por 2018, podría estimar que he conseguido un total de 80 matches digitales y - redoble de tambores - un total de 4 citas. Sí, solo cuatro, de las cuales me acosté con dos. Con un chico en el mismo 2018, y con otro en 2021.


¿Por qué es tan difícil para mí romper el hielo, tomar una cerveza y conocer a la persona desde ese contacto virtual inicial en Tinder? Pues porque, en realidad, el primer paso está hecho. Ya no hay misterio, ni tonteo, ni seducción; la fase que más me motiva cuando conozco a un hombre que me atrae: el juego previo. Y es que, cada vez que la aplicación me notificaba de un nuevo match, en mi cabeza sonaba una vocecita susurrando 'Te gusta, le gustas, ¡hablad y fornicad!'


Sí, es maravilloso sentir la dopamina generada por el hecho de sentirse deseada, saber cuánto gustas al otro, cuántos hombres estarían dispuestos a darte un buen magreo, pero... ¿dónde queda la magia de la seducción física y mental? Llegaba el momento de establecer un día para quedar y una sensación de pereza, hastío y desencanto me invadía. Sentía la situación forzada, artificial y tremendamente superficial, a pesar de compartir gustos físicos e intereses intelectuales por mensajes. Sólo me he animado a dar ese paso cuatro veces en mi vida, de las cuales dos de ellas fueron experiencias completamente nefastas. 'Seré que soy rara', me digo aún a día de hoy, pero nadie va a negarme que encontrar el feeling en la vida real, sin expectativas, es, sin duda, jugar en otra liga.


Tinder es, a mi modo de ver, una alternativa sintética a los nuevos vínculos sociales que pueden surgir en un bar, un concierto o simplemente, en un grupo de amigos. Tinder está diseñado para llenar un vacío de la forma más rápida y sencilla; lo que pocos se paran a pensar es que, para muchas personas, ese vacío no puede colmarse de golpe ni nunca encontrará el Santo Grial en esta 'metodología' del amor. Si tu concepción de establecer conexiones personales sólo se basa en el sexo, la ausencia de compromiso y la constante búsqueda de experiencias nuevas, sin lugar a dudas, es la aplicación perfecta para ti. Y por supuesto, es lícito. No voy a posicionarme en contra si esa actuación te hace sentir bien y las otras personas implicadas están cómodas con ello. Pero yo no concibo el sexo sin un mínimo de feeling y posterior responsabilidad afectiva.


Este es el gran problema: ser humana en una app como esta es, en la mayoría de los casos, sinónimo de '¡Esta chica siente cosas! Quiere casarse y formar una familia, ¡huye antes de que sea demasiado tarde!'


Cada día nos cuesta más comprometernos, establecer lazos fuertes, bien sea por miedo, aburrimiento, o porque los encuentros esporádicos y frases como ''ya lo vamos viendo” se han convertido en cotidianidad.


Nos hemos vuelto adictos a ese chute de falsa autoestima que trae consigo la tecnología, y en muchas ocasiones, nos olvidamos de lo complejo de las relaciones humanas, aquellas en las que la comunicación, la empatía, la escucha activa, son el pilar en el que se sustentan, independientemente del tipo de vínculo generado -polígamo o monógamo-. En definitiva, nuestras habilidades sociales están dejando paso a conversaciones y encuentros superfluos en los que, en la mayoría de los casos, impera la ley del mínimo esfuerzo. El denominado "ghosting" -desaparecer de la vida de alguien sin dejar rastro ni dar una mínima explicación en pleno vínculo, sea virtual o ya trascendido a personal- se ha convertido en una auténtica pandemia emocional. Nuestra bioquímica cerebral se ve afectada con estos procesos, y es que ese pico de dopamina que supone conseguir muchos match e iniciar conversaciones con sus posteriores encuentros, puede caer rápidamente cuando sufrimos un rechazo, generando ansiedad, problemas de autoestima y en los peores casos, depresión.


Ya lo predijo Bauman en 2003: las relaciones interpersonales se caracterizan, cada vez en mayor medida, por la “falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser más fugaces y superficiales”. Buscamos en el trato con nuestros semejantes algo propio del consumismo: utilidad e inmediatez. Esto promueve la superficialidad y la frustración: el objeto no nos satisface del todo, nos aburre o tiene unas contraprestaciones que no estamos dispuestos a asumir; mercantilizamos a los demás y ponemos condicionantes, antes que darnos al otro y a la experiencia. Nos aburre el concepto tradicional de pareja porque hay que aguantar, hay que sacrificarse y hay que vivir para el otro, asemejándose a una carga hipotecaria: una inversión demasiado costosa para el beneficio que se puede obtener (¡y encima nadie nos lo asegura!).


¡Cuántos ghosting me han hecho ya a mis 24 años! No voy a negar que estos sucesos han generado una mancha negra en mi autoestima que, con cada nueva desaparición o mala praxis por parte del otro, aumenta su tamaño.


Y por ello, cuidarse a una misma es reconocer en qué lugar no se siente cómoda ni bienvenida. En ese caso, desinstalarse la app de citas será siempre la mejor opción...


(...) Hasta que vuelva a surgir esa maravillosa idea de 'dar una nueva oportunidad'...



Escena de la película 'Mi noche con Maud' (1969). Director Éric Rhomer.

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